Un 16 de febrero de hace 80 años partió
hacia la eternidad un poeta, un bohemio, andante infatigable de la anécdota
viva de antaño, de los cafés nocturnos, de las redacciones de oro, de las
crónicas crudas pero liricas que hacían del género una obra maestra. Domingo Martínez
Luján nació un 20 de diciembre de 1875, y murió el 16 de febrero de 1933, a los 57 años.
Desde muy joven escribió en la revista
La Neblina que dirigía por entonces el poeta modernista José Santos Chocano.
Tampoco dejó esperar su admiración por el nuevo periodismo que ejercía José
Carlos Mariátegui, en entrevista que el propio “Amauta” (de tan solo 21 años)
le hiciera para “El Tiempo” el 19 de diciembre de 1916.
“Admiro a toda la juventud. Han traído
ustedes al periodismo un espíritu, una técnica, una manera completamente
nuevas. En mi época se desconocían la espiritualidad y la gracia que ustedes
saben dar a sus artículos. Esas informaciones que no son precisamente
informaciones y que abandonan el suceso actualista para buscar el aspecto
permanente de las cosas, tienen una originalidad y una belleza enormes”.
Así fueron de talentosos los maestros
de la palabra, personajes despojados de la ambición materialista, y que en su
lugar trazaron el verdadero valor del hombre, basados en la espiritualidad, y
en la belleza de la voz escrita y hablada.
Domingo Martínez Lujan, los hermanos
Ernesto y Federico More, José María Eguren, Adán Felipe Mejía, “EL
Corregidor”, Abraham Valdelomar, o César
Vallejo; han dejado una gran huella como referente obligado para trascender en
la esencia del alma de los que alguna vez pretendimos coger una pluma para trasmitir
una actitud, o un suceso, sea ficticio o real, con poética, o sin ella.
Domingo Martínez Lujan, el poeta
“Rubendariano” de nuestra poética nacional, fue identificado como la
inestabilidad de una frágil barca que va a la deriva, sin rumbo fijo, y sin
destino trazado.
Algo de eso escribió Federico More, en
su paso por las redacciones del diario “La Opinión Nacional”
Entre mil novecientos once y mil
novecientos doce, La Opinión Nacional, el elegante diario de don
Andrés Avelino Aramburú tenía sus oficinas y sus talleres en la calle del
Correo, en la zona que hoy ocupa la sección apartados. Todavía no habían
llegado a esos talleres los linotipos. Entiento que La Prensa y El
Comercio ya los tenían. En La Opinión Nacional, el
chivalete seguía siendo rey. Colaborábamos, regularmente Roberto Badhan,
Abraham Valdelomar, Félix del Valle, yo y quizá alguien más que se me escapa. A
mi cargo estaba la sección "Alrededor de la crónica". Domingo
Martínez Luján era de los visitantes habituales; pero no era, no podía ser,
colaborador regular. ¿Qué regularidad podía esperarse de Domingo? Pocas veces
un hombre ha sido tan dura y trágicamente víctima de los filisteos y de los
fariseos, como el pobre Domingo, quizá el primero de nuestros líricos
románticos; más grande, sin duda, que ese tambor mayor que fue José Santos
Chocano. Pero Chocano era un hombre y un aventurero. Un conocedor de la vida y
todos sus recovecos. Domingo era niño, un colegial con vocación de eremita e
ignoraba completamente las cosas del mundo. El alcohol lo aprisionó
inexorablemente. Y cuando se dio cuenta de que las terribles garras del veneno
ya no iban a soltarlo, se limitó a cantar esa alegre elegía que empieza
diciendo: "mientras lloren las viñas, yo beberé sus lágrimas". Estos
versos salvan a un poeta y consolidan una gloria y una fama. Domingo vivió y
murió como un niño mendigo. Nadie supo lo que el Perú tenía mientras Domingo
vivió. Nadie supo lo que el Perú había perdido cuando murió Domingo. Dejó una
obra trunca y vaga en la que el genio es un relámpago. No le fueron conocidas
la piedad y la ternura. Nadie se las brindó.
(Federico More: Andanzas,
Lima, Editorial
Navarrete, 1989, pág. 52)
BRINDIS
(Poema de Domingo Martínez Luján)
Dame la lira,
esa que es anacreóntica que pasa;
pero que tiene distensión de nervios
que emiten notas que parecen almas;
dame esa lira
que cantar quiero y en mi vaso escancia
el vino rojo que parece sangre
y mientras canto y bebo, bebe y baila.
Venga la musa
a refrescar un cráneo con sus alas;
no la que en medio al popular tumulto
imita a Orfeo si su numen canta,
sino la musa de mirar lascivo,
de seno eréctil y flotante falda
que en el festín de los paganos dioses
aloja el néctar en las copas áureas.
Y viva el vino
que hace soñar con desnudeces de hadas;
con rostros de doncellas que suspiran
por mancebos que mueren sin besarlas;
y viva el vino porque el vino tiene
notas, latidos, pensamientos y alas...
Mientras lloren las viñas,
yo beberé sus lágrimas.
BRINDIS
(Poema de Domingo Martínez Luján)
Dame la lira,
esa que es anacreóntica que pasa;
pero que tiene distensión de nervios
que emiten notas que parecen almas;
dame esa lira
que cantar quiero y en mi vaso escancia
el vino rojo que parece sangre
y mientras canto y bebo, bebe y baila.
Venga la musa
a refrescar un cráneo con sus alas;
no la que en medio al popular tumulto
imita a Orfeo si su numen canta,
sino la musa de mirar lascivo,
de seno eréctil y flotante falda
que en el festín de los paganos dioses
aloja el néctar en las copas áureas.
Y viva el vino
que hace soñar con desnudeces de hadas;
con rostros de doncellas que suspiran
por mancebos que mueren sin besarlas;
y viva el vino porque el vino tiene
notas, latidos, pensamientos y alas...
Mientras lloren las viñas,
yo beberé sus lágrimas.
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