martes, 26 de abril de 2011

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ Y UNA AMISTAD BIZARRA



Me encontré con esta crónica en ciudad seva. El autor portorriqueño narra su inesperado encuentro con Gabriel García Márquez en Cuba, y la verdad que los sucesos narrados se nos demuestran reveladores. Pero, cuando Luis López evoca la anécdota del encuentro en París entre Cortázar y García Márquez; me crea confusión, porque entonces se me vino a la mente ese día primaveral de 1957, en las inmediaciones del bulevar Saint Michel en París. Un joven García Márquez se encontró a lo lejos con Ernest Hemingway, y se dispuso hablarle, pero algo lo impidió. Quizá su implacable timidez sólo le permitió gritarle a voces: “Maeeeestro”, a lo que el curtido autor norteamericano atinó a responder, gritando en idioma castellano con una voz pueril: “Adioooós, amigo”. A partir de allí, el joven periodista colombiano de tan sólo veintiocho años, ya podía morirse tranquilo.



"Crónica de una amistad condenada"

Por Luis López Nieves


A Gabriel García Márquez lo conocí en una librería de Cuba en el 1979. Tan pronto entré por la puerta lo vi al fondo, curioseando en el anaquel de novelas de caballerías. Mi primer impulso fue acercarme a saludarlo, pero en esa época yo no sabía hablar con gente famosa. Además, recordé una anécdota del propio García Márquez: cuando joven observó a Julio Cortázar en un café de París, pero no se atrevió a hablarle. También recordé haber leído que a García Márquez le gustaba Cuba porque caminaba por las calles sin que le pidieran autógrafos ni lo molestaran. Por tanto, observé durante unos minutos el famoso bigote, el pelo rizado, la guayabera... y me di por satisfecho. Me fui a curiosear al anaquel de novelas francesas.

Transcurrió más de una hora. Feliz porque había encontrado novelas de Hugo y Daudet, le pregunté al cajero dónde estaban las novelas egipcias. García Márquez se volteó de pronto y me miró fijamente, sin disimulo.

-¿Autor? -preguntó el cajero.

-¿Tienes la novela ‘El espejismo’, de Mahfuz? -contesté.

Al escucharme por segunda vez, García Márquez, con cuatro novelas de caballerías en las manos, vino hacia mí y me preguntó:

-¿Tu acento es puertorriqueño?

-Sí.

-Ah, qué suerte. ¿Tienes unos minutos?

-Claro -contesté.

-Tu país me apabulla -dijo García Márquez irritado, en voz baja-. ¿Sabes quién soy?

-Por supuesto, ‘Cien años de soledad’ me gustó bastante.

-Gracias -dijo-, pero ése es el problema. Quiero asombrar a los lectores, dejarlos con la boca abierta. ¿Entiendes? He tenido cierto éxito. Los críticos le han puesto nombre a lo que hago: realismo mágico. Pero ustedes me dejan pequeño. Mis libros nunca se venderán en Puerto Rico.

-Se venden bien... -intenté aclarar.

-No, no podrán venderse bien -me interrumpió- porque nada sorprende a un puertorriqueño. Hace unos meses leí una historia de tu país. Decía que en el 1898 ustedes recibieron a los gringos con aplausos y limonadas. Es obvio que los historiadores de Puerto Rico inventaron el realismo mágico mucho antes que yo. Me han invitado a dar conferencias en San Juan, pero ¿cómo puedo asombrar a un público boricua?

-Tal vez puedo ayudarte.

-¿Cómo? Los historiadores se han inventado una mentira insuperable. ¿Qué país recibe con limonadas a un invasor?

-Ahora mismo no se me ocurre nada, pero déjame pensar -dije.

Intercambiamos direcciones y números de teléfonos, nos dimos la mano y nos despedimos. Ese día comenzó una larga amistad.

*****

Cuatro años después, en el 1983, publiqué mi cuento ‘Seva’. Se lo envié a García Márquez con una nota: “Aclarada científicamente la mentira de los historiadores. Ya los puertorriqueños no se creen el cuento de que recibimos a los invasores con limonadas. Puedes venir a dar conferencias”.

García Márquez me llamó por teléfono unos días después. Con voz ansiosa, me dijo que le urgía hablarme en persona. Dos semanas más tarde nos reunimos en Madrid, en la Casa del Libro, frente al anaquel de novelas bizantinas. Nos fuimos a un café de la Gran Vía:

-Gracias, Luis, tu libro me ayudó mucho -dijo García Márquez, nervioso-. Pero he hablado con unos puertorriqueños en Barcelona. Me han contado sobre una alcaldesa de San Juan que compró varios aviones llenos de nieve en Estados Unidos. Luego la tiró sobre los niñitos que esperaban en un parque de San Juan. Lloraron mucho porque el calor derritió la nieve mientras descendía y recibieron un descomunal baño de agua. El parque se convirtió en un lodazal. ¿Es posible esta locura en un país tropical?

-Ocurrió -admití avergonzado.

-Entonces ¿cómo quieres que visite Puerto Rico? El año pasado me dieron el Premio Nobel, ¿lo sabías?

-Por supuesto. Salió en todos los periódicos.

-Ahora esperan más de mí, ¿comprendes? Te agradezco que hayas escrito ese libro para ayudarme, pero ¿cómo puedo superar a esa alcaldesa? En el resto del mundo mis libros asombran, pero en Puerto Rico se burlarían de mí.

Guardé silencio porque García Márquez estaba muy alterado. Le compré un chocolate con churros y cambié el tema. Dos horas después, nos despedimos.

*****

La última vez que me reuní con García Márquez fue en el 2005. Desde México envió su avión privado para recogerme en San Juan. Al otro día tomábamos tequila en un restaurante mexicano.

-Luis -me dijo-, no te escribiré ni te llamaré más. No tendré nada que ver con Puerto Rico. Quise decírtelo en persona.

-¿Por qué? -exclamé adolorido.

-Me siguen llegando invitaciones de tu país. Cada una es una puñalada. Dime la verdad, sin eufemismos: ¿es cierto lo de un tal Rosselló?

-¿A qué te refieres? -pregunté abrumado.

-¿Es cierto que fue gobernador durante ocho años y que transformó el gobierno en una máquina de robar? ¿Es verdad que la mitad de su gabinete está preso, al igual que decenas de ayudantes, amigos y funcionarios de todas las categorías? ¿Es cierto que todos robaban?

-Es cierto -dije en voz muy baja.

-Entonces ¿cómo es que lo postularon nuevamente para gobernador y sólo perdió por dos mil votos? -exclamó alterado.

-No sé qué decirte -bajé la cabeza.

-¡Puerto Rico me desespera, Luis! Me deja impotente. En mi novela ‘El otoño del patriarca’ pensé que había descrito a un dictador excéntrico, narcisista, loco e insuperable... pero este señor me deja pequeñito, me ridiculiza frente a tu país. ¿Es cierto que se ha proclamado El Mesías?

-Es cierto, Gabo, pero en Puerto Rico tenemos varios mesías.

-¿Varios? ¿Varios?

Irritado, con los ojos enrojecidos, García Márquez se puso de pie y golpeó la mesa con el puño.

-Basta! -exclamó-. Te aprecio, Luis, has sido un buen amigo, pero ya no tendré nada que ver con Puerto Rico. Ustedes humillan mi literatura. Desde hoy en adelante tu patria no existe para mí.

El gran escritor se fue sin darme la mano. Nunca volvió a llamarme por teléfono ni a escribirme.

Hoy recuerdo nuestras largas conversaciones sobre literatura francesa y novelas de caballerías con nostalgia dolorosa. A veces tengo la esperanza de que mi famoso ex amigo recapacite y vuelva a llamarme por teléfono o a enviarme su avión privado para reunirnos en Madrid, París, Bogotá o México, como en los buenos tiempos. Pero cada vez que abro un periódico de mi país reconozco la dura realidad de que mi amistad con Gabriel García Márquez nació condenada.