Barranco en Óleo de Enrique Polanco |
Rafael de la Fuente Benavides (1908-1985) cogió el seudónimo de Martin Adán cuando José Carlos Mariátegui le encomendó escribir sus primeras coplas para la revista Amauta. Su inclinación por la poesía fue temprana, desde los años escolares en el colegio Alemán. La vida de Adán fue algo así como una novela que cumple con todas las condiciones para poder atrapar a los lectores, provista de drama, alcohol, aventuras, bohemia, entre otros componentes antagónicos. Mas que azarosa, fue peculiarmente libre y anti convencional, y siempre se encargó de guardar distancia con los extraños para que no especulen sobre su vida, esa era la enérgica repuesta que daba a todos los que creían que su poesía guardaba relación con pasajes de su vida; tal vez por eso trató de no plasmar luego en los versos, pasajes concretos. A diferencia de su novela La casa de Cartón (1928). Recuerdo que la primera vez que la leí en el colegio, era un librillo con tapa color azul editado por Peisa y Mejía Baca. Me pareció rarísima, y casi no la entendí, pero creo que surgió cierta química con el chico que me contaba todo sobre Barranco.
La poesía de Adán aparentemente revela un mea culpa existencial, por su sensibilidad en los temas meramente humanos, pero más allá de eso, se interna con absoluta genialidad hacia la belleza del lenguaje poético. Escrita en principio al estilo barroco, nos invita a lidiar con las palabras algo inasequibles, pero posteriormente su poesía cobra mayor comprensión. Y si algo debe quedar en claro; es que hoy existen notables poetas con una vasta obra, pero han perdido el culto hacía la ontología, y no se desligan de esa poesía descriptiva que solo ve el horizonte. A diferencia de Adán y Vallejo que supieron rendir tributo al Ser (onthos). De igual forma, el poeta se preocupó de centrar la atención de sus lectores únicamente hacia sus textos, con la condición de no vincularlos con él. Pues no paró de proclamarse como un gramático, y en 1981 declaró: “escribo despierto con plena lucidez, atento a la gramática”, pero tenazmente continuaba la pregunta entre el vinculo de su poesía con sus vivencias, a lo que respondió con contundencia: “Ninguna. La vida se me impone, la poesía la elijo”.
Por otro lado, existe la leyenda del personaje que andaba ferozmente ebrio, de bar en bar en el centro de Lima, con imagen desaliñada, y que escribía sus versos en las servilletas de papel, antes de regresar al hospital Larco Herrera donde fue huésped por muchos años debido a sus síndromes depresivos. Sin duda lo marcó la pérdida de su padre a tempana edad (7 años) quedando al cuidado de su inflexible tía Tarcila en el barrio de Barranco y Lima.
No obstante, lo poco que conocemos del poeta se debe a breves testimonios de algunos personajes que compartieron tertulias y momentos comunes, y existen pocas biografías serias, a excepción de las de Estuardo Núñez en la revista Letras Peruanas en 1951, y la de José Antonio Bravo en 1987.
Adán, gran representante de la literatura innovadora y vanguardista latinoamericana, cayó enfermo en el año 1984, y tras una intervención quirúrgica en el Hospital Arzobispo Loayza por problemas renales, lo trasladan al albergue Canevaro muy cerca del Paseo de Aguas en el Rímac. Pero el 29 de enero de 1985, retorna al hospital Loayza para otra intervención, y deja de existir, luego de un insano abandono, para partir hacia la eternidad y unirse en compañía a sus cofrades Vallejo, Arguedas, y Valdelomar.