Lorenzo Palacios "Chacalón" |
Hoy en su tumba del cementerio El Ángel, como todos los años los cerros
deben estar bajando para congregarse y rezarle una plegaria.
Un día como hoy, hace veinte
años, se fue el faraón de la cumbia tropical andina, Chacalón. Lorenzo Palacios
Quispe cerró sus ojos por última vez en una ingrata habitación de la clínica
Javier Prado, a causa de una complicación generada por la diabetes.
El chino como le decían sus
amigos del pasaje Bondy en el barrio del cerro San Cosme, surgió de sus
avezadas calles cuando niño, e iba cantando huaynitos con humita en mano en los
alrededores de Manzanilla, pequeño palomilla de los emergentes olvidados, supo guapear
a la pobreza junto a su mama Olimpia que cantaba y bebía como las bravas para
sacar adelante al resto de sus hermanos (sumaban 15).
El mito aún estaba lejos de
alcanzar su condición, y de ostentar su mayor culto, porque faltaban
transcurrir esas interminables horas como pájaro frutero, y vicioso de las
pichangas futboleras como buen hincha de Alianza Lima, porque, en vez de
estudiar modosamente la “materia” en las aulas, él “tiraba” “tapia” y arrancaba
veloz del colegio, para “recursear” un billete, haciendo de “campana” en un
eventual “laburo”; no por algo, estuvo de “canero” en “Luri” por dibujarle un
“chuzo” en la cara a un “tombo” en retiro.
Chacalón le entraba a todo,
fue maestro zapatero, y hasta cosmetólogo, incluso fungía de sastrecillo
amateur, y él mismo se cosía su aturquesado vestuario que en las tardes
domingueras musicales lucía en los “templos” o “chichódromos”, llámese la Carpa
Grau, Así es mi tierra, y Mi Huaros querido, luego de las primeras incursiones
en los estacionamientos del centro histórico.
Quién podría olvidar el “tate-quieto”,
o “revolcón” que le dio a Vico y su grupo Karicia en un esperado mano a mano en
el local Así es mi tierra de la avenida México. Chacalón y la Nueva Crema hacían
prevalecer una vez más entre los faites
el imperio de sus letras y su voz.
Lima se encontraba en una
especie de “sancochado” de tendencias y modelos a seguir. Por un lado, mientras
la música Chicha, y la Salsa pugnaban por las preferencias del público más popular;
en otras zonas dizque más “decentes” luego de haber seguido por años a vocalistas
extranjeros como Tom Jones con su She´s
a Lady”, y a James Brown; ya un poco después, a inicios del año ochenta,
dichos segmentos veneraban hits como “Born To be alive” de Patrick Hernández, y
“Stayin´ Alive” de los Bee Gees.
Dice la anécdota, que cierta
noche sanisidrina en la discoteca de moda de la avenida Camino Real “El Mediterráneo”
(cuya propietaria era la top model Susy Dyson, mamá de Kina Malpartida) Mick
Jagger, que en esa ocasión andaba por Lima, punteaba con la guitarra de Elsa María
Elejalde, algunos temas inéditos unplugged;
mientras que, “Al otro lado del verso” en el cono más este y olvidado de
la ciudad, La Nueva Crema y papá Chacalón arrasaban con la preferencia del 60%
de habitantes de la capital, encontrando además, entre sus mejores aliados al
líder de las ondas: Radio Inka, que se encargaría de hacer llegar la Chicha a
los rincones más insospechados del territorio nacional. Mientras, los más
hogareños encendían sus teles entusiasmados por la reciente llegada de la
televisión a color para ver “Tulio en América a Cholo Color”, cuyo marco
musical que daba inicio al programa cómico, no podría ser otro que “Muchacho
Provinciano” ---Me levanto muy temprano,
para ir con mis hermanos, ayayayay, a trabajar---
Lorenzo Palacios Quispe le
cantaba al héroe anónimo, al ambulante, al chofer de camiones, al cargador de
la Parada, a ese bicho que venía de provincia y era pisoteado por el capitalino
alienado que usaba bluyines marca Wrangler y tomaba el cappuccino en el Indianápolis
de Miraflores; sin embargo, el tiempo, y los años fueron el mayor antologador
que le dio la razón a esa raza emergente. Hoy, por ejemplo, el millonario
emporio de Gamarra sobresale gracias a ellos.
El chino, siempre fue de
pueblo, y aunque algo achori en el
andar, en el modo de hablar y hasta en la forma de calzar sus rojos “macarios”,
y el “diolén” acampanado, también se
mostraba humilde y amigable. No olvido lo que para mí fue fortuna y anécdota, (Yo
de niño colgado entre los cables de los techos, mismo Hombre Araña) el hecho de
verlo ensayar en casa de Víctor Casahuamán y su grupo Celeste, en un rincón del
barrio del Rímac, allí enfrente del cine Latino.
No obstante, esa indolente
tarde del 26 de junio de 1994, se mostró más gris que nunca, una multitud de
gente apenas podía ingresar a través de los amplios accesos del cementerio El Ángel
para despedir a su “Santo”. Se dice que fueron alrededor de 60 mil personas,
sin embargo, los registros fotográficos y audiovisuales nos hacen creer que
fueron casi cien mil. Fue un hecho sin precedentes, nunca antes un mortal
común, ni el más poderoso de los políticos, o socialités peruanos había convocado luego de su muerte a una multitud
similar.
Así, la “Chicha” del Chino-Faraón-Papá-Chacalón,
pese al resto de invasiones de géneros extranjeros, se inmortalizó en nuestros
sectores urbanos, tanto en los canallas, como en los más refinados y enajenados;
lo que generaría cobrar la categoría de ícono nacional. Para muestra, ahí
tenemos, por ejemplo: la miniserie de televisión El Ángel del Pueblo (2005); la
fusión/reinvención a latín-jazz tropical de “Muchacho provinciano” de parte del grupo alternativo Bareto (2008); la
familia Urcuhuaranga, parientes ascendentes del grafico-cartelista Elliot Túpac
fue una de las primeras en inmortalizar los fosforescentes afiches alusivos a
sus conciertos; y está también, el reciente ganador del reality Yo soy, Juan
Carlos Espinoza como el nuevo Chacalón. Incluso, ha nacido una especie de
merchandising criollo al encontrar en los comercios del jirón Quilca al
personaje-héroe Chacamán, estampado en camisetas de algodón. Por otro lado, la
viuda Dora Puente tajantemente le dijo no a la alcaldesa Villarán, al hecho de
hacerle una plazuela a su nombre en el reciente trabajo de construcción, no
concluido aún, del Parque del Migrante en La Parada.
Cabe señalar con cierto
enfado, y en contraposición al culto Chacalón, que hace algunos años nació un
repugnante baile denominado Perreo chacalonero.
Chacalón para muchos ya es
un Santo, incluso en un bar cultural de Barranco ya tiene su altar, en el que
se le prenden velas en señal de tributo. Sin duda, hoy en su tumba del
cementerio El Ángel, como todos los años los cerros deben estar bajando para congregarse
y rezarle una plegaria.